Denselben
Tag aber, wo sie Rapunzel verstoßen
hatte, machte abends die Zauberin die abgeschnittenen
Flechten oben am Fensterhaken fest, und
als der Königssohn kam und rief:
»Rapunzel, Rapunzel,
Lass mir dein Haar herunter!«, so
ließ sie die Haare hinab. Der Königssohn
stieg hinauf, aber er fand oben nicht seine
liebste Rapunzel, sondern die Zauberin,
die ihn mit bösen und giftigen Blicken
ansah.
»Aha«, rief sie höhnisch,
»du willst die Frau Liebste holen,
aber der schöne Vogel sitzt nicht mehr
im Nest und singt nicht mehr, die Katze
hat ihn geholt und wird dir auch noch die
Augen auskratzen. Für dich ist Rapunzel
verloren, du wirst sie nie wieder erblicken!«
Der Königssohn geriet außer sich
vor Schmerzen, und in der Verzweiflung sprang
er den Turm herab. Das Leben brachte er
davon, aber die Dornen, in die er fiel,
zerstachen ihm die Augen. Da irrte er blind
im Wald umher, aß nichts als Wurzeln
und Beeren und tat nichts als jammern und
weinen über den Verlust seiner liebsten
Frau. So wanderte er einige Jahre im Elend
umher und geriet endlich in die Wüstenei
wo Rapunzel mit den Zwillingen, die sie
geboren hatte, einem Knaben und einem Mädchen,
kümmerlich lebte. Er vernahm eine Stimme,
und sie deuchte ihm so bekannt. Da ging
er darauf zu und wie er herankam, erkannte
ihn Rapunzel und fiel ihm um den Hals und
weinte. Zwei von ihren Tränen aber
benetzten seine Augen, da wurden sie wieder
klar, und er konnte damit sehen wie sonst.
Er führte sie in sein Reich, wo er
mit Freude empfangen ward, und sie lebten
noch lange glücklich und vergnügt.
Pero el
mismo día en que había repudiado
a la muchacha, la hechicera ató las
trenzas cortadas al gancho de la ventana,
y cuando se presentó el príncipe
y dijo
-¡Verdezuela, Verdezuela,
suéltame tu cabellera!- la bruja las
soltó, y por ellas subió el
hijo del rey. Pero en vez de encontrar a su
adorada Verdezuela, se halló cara a
cara con la hechicera, que lo miraba con ojos
malignos y perversos.
- ¡Aja! -exclamó en tono sarcástico,
-querías llevarte a la mujer querida;
pero el hermoso pajarillo ya no está
en el nido ni volverá a cantar. El
gato lo ha cazado, y también a ti te
sacará los ojos. Verdezuela está
perdida para ti; jamás volverás
a verla.-
El príncipe, fuera de sí de
dolor y desesperación, se arrojó
desde lo alto de la torre. Salvó la
vida, pero los espinos sobre los que cayó
se le clavaron en los ojos.
El infeliz vagó errante por el bosque,
ciego, alimentándose de raíces
y bayas y llorando sin cesar la pérdida
de su amada mujer.
Durante varios años andaba así
en la miseria, hasta que, al fin, llegó
al desierto en que vivía Verdezuela
con los dos hijos gemelos, un niño
y una niña, a los que había
dado a luz.
Oyó una voz que le pareció conocida.
Se acercó y, al llegar ahí,
Verdezuela le reconoció y se le echó
llorando al cuello.
Dos de sus lágrimas le humedecieron
los ojos, y en el mismo momento se le aclararon,
volviendo a ver como antes.
La llevó a su reino, donde fue recibido
con gran alegría, y vivieron aún
muchos años contentos y felices.