Der kleine
Muck, dem der Katzenbrei geschmeckt hatte,
willigte ein und wurde also der Bedienstete
der Frau Ahavzi. Er hatte einen leichten,
aber sonderbaren Dienst. Frau Ahavzi hatte
nämlich zwei Kater und vier Katzen,
diesen mußte der kleine Muck alle
Morgen den Pelz kämmen und mit köstlichen
Salben einreiben; wenn die Frau ausging,
mußte er auf die Katzen Achtung geben,
wenn sie aßen, mußte er ihnen
die Schüsseln vorlegen, und nachts
mußte er sie auf seidene Polster legen
und sie mit samtenen Decken einhüllen.
Auch waren noch einige kleine Hunde im Haus,
die er bedienen mußte, doch wurden
mit diesen nicht so viele Umstände
gemacht wie mit den Katzen, welche Frau
Ahavzi wie ihre eigenen Kinder hielt. Übrigens
führte Muck ein so einsames Leben wie
in seines Vaters Haus, denn außer
der Frau sah er den ganzen Tag nur Hunde
und Katzen.
Eine Zeitlang ging es dem kleinen Muck ganz
gut; er hatte immer zu essen und wenig zu
arbeiten, und die alte Frau schien recht
zufrieden mit ihm zu sein, aber nach und
nach wurden die Katzen unartig, wenn die
Alte ausgegangen war, sprangen sie wie besessen
in den Zimmern umher, warfen alles durcheinander
und zerbrachen manches schöne Geschirr,
das ihnen im Weg stand. Wenn sie aber die
Frau die Treppe heraufkommen hörten,
verkrochen sie sich auf ihre Polster und
wedelten ihr mit den Schwänzen entgegen,
wie wenn nichts geschehen wäre. Die
Frau Ahavzi geriet dann in Zorn, wenn sie
ihre Zimmer so verwüstet sah, und schob
alles auf Muck, er mochte seine Unschuld
beteuern, wie er wollte, sie glaubte ihren
Katzen, die so unschuldig aussahen, mehr
als ihrem Diener.
A Muck le
había gustado el guiso de los gatos,
así que aceptó y se convirtió
en sirviente de la señora Ahavzi. Tenía
un cometido fácil, pero delicado.
Señora Ahavzi tenía dos gatos
y cuatro gatas, a los que el pequeño
Muck tenía que peinar el pellejo todos
los días y ungir con costosas pomadas.
Cuando ella salía, debía cuidar
de los gatos, ponerles el plato para comer
y por la noche colocarlos en cojines de seda
y cubrirlos con colchas de terciopelo.
También había en la casa algunos
perritos a los que debía cuidar, pero
a éstos no tenía que dedicarles
tantas atenciones como a los gatos, a los
que señora Ahavzi tenía como
a hijos suyos.
Por lo demás, Muck llevaba una vida
tan solitaria como en casa de su padre, pues
fuera de la mujer no veía en todo el
día más que perros y gatos.
Durante cierto tiempo le fue bastante bien;
siempre tenía algo de comer y poco
de trabajar, y la vieja mujer parecía
muy contenta con él. Pero los gatos
se fueron haciendo cada vez más traviesos;
cuando la anciana salía, saltaban por
las habitaciones como posesos, revolvían
todo y rompían algunos objetos que
encontraban a su paso.
Sin embargo, al oír que la mujer subía
por la escalera, se acurrucaban en sus cojines
y luego salían a su encuentro moviendo
la cola como si no hubiese pasado nada.
La señora Ahavzi montaba en cólera
al ver las habitaciones tan estropeados y
se lo achacaba a Muck; por más que
éste juraba que no era culpable, creía
más a sus gatos, con ese aire tan inocente,
que a su servidor.